Antes del amanecer de aquel 2 de junio de 1.962, los alzados arrestaron a los comandantes de la Base Naval de Puerto Cabello, liberaron a los presos políticos del Castillo Libertador y desplegaron tropas armadas por toda la ciudad portuaria para asegurar el control absoluto. Iniciaba lo que pasaría a la historia como El Porteñazo, que sería calificada por estudiosos como: “la operación más sangrienta y prolongada que se registra en la historia militar de esos años. Cálculos conservadores estiman las víctimas fatales entre 400 y 700; y se produjeron más de 1000 detenciones entre infantes de marina y civiles”
Aquella madrugada del 2 de junio de 1962, la Base Naval del citado emplazamiento carabobeño fue tomada por el capitán de corbeta Pedro Medina Silva y los capitanes de navío Víctor Hugo Morales y Manuel Ponte Rodríguez, con la participación de los civiles Germán Lairet (PCV), Raúl Lugo Rojas (MIR) y los independientes Manuel Quijada y Gastón Carvallo.
Apenas habían transcurrido 28 días de la insurrección de Carúpano, escenificada el 4 de mayo, y el Gobierno legítimamente electo de Rómulo Betancourt, confrontaría “otra durísima y sangrienta prueba”.
A sangre y fuego
Al conocerse la insurrección armada, dos o tres horas después, el gobierno respondió con la Fuerza Aérea y el Ejército rodeó Puerto Cabello, cumpliendo la orden de recuperar el sitio “a sangre y fuego”, produciéndose cruentos enfrentamientos en el sector La Alcantarilla, entre los complotados y las fuerzas leales a la Constitución.
El batallón de Infantería de Marina General Rafael Urdaneta se plegó a los militares alzados de la Base Naval y la tropa del batallón Carabobo (Ejército), al mando del coronel Alfredo Monch. El Fortín Solano, construido por los españoles en 1750, estaba bajo control insurreccional y era utilizado como escudo.
Cerca del mediodía, los destructores ARV Almirante Clemente, ARV General Morán y ARV Zulia ya fuera de la rada de la Base Naval, se empeñaron en bombardear las instalaciones de la Infantería de Marina del Batallón General Rafael Urdaneta, destruyendo las barracas con los cañones de 40 mm. En el Fortín estaban montados dos poderosísimos cañones de 155 milímetros, dispuestos por el general Cipriano Castro en 1905, con el objetivo de rechazar cualquier nuevo intento de bloqueo del puerto por potencias extranjeras. Igualmente habían más de 200 proyectiles para las dos unidades, pero resultó imposible para los rebeldes operarlas por su antigüedad, por lo que pronto, esta fortaleza cayó bajo control de las fuerzas leales.
La periodista Milagros Socorro narra que en medio del tiroteo y confundidos con los hombres que avanzaban detrás de los tanques blindados, en desacato de la restricción de entrar al sitio, algunos periodistas ingresaron a Puerto Cabello, aun cuando aquello era un infierno por el estruendo de los disparos y los heridos. Entre ellos: Héctor Rondón Lovera, quien inmortalizaría con sus fotos, el estremecedor episodio del padre Luís María Padilla, párroco de Borburata y capellán de la Base Naval por 14 años, socorriendo a un moribundo soldado, testimonio gráfico que más tarde, fue galardonado con los premios WorldPressPhoto (1962) y Pulitzer (1963).
Finalmente la sedición fue aplastada, y sus participantes capturados y encerrados, pero para el presidente de la Republica Rómulo Betancourt, quien más adelante logró afianzarse en el poder, nada volvió a ser como antes. Ese fatídico episodio marcó un antes y un después para la frágil democracia y para la historia política del país.
Presencia de Padilla
En el frente de operaciones, en los hospitales, en la línea de fuego, la presencia de monseñor Luis María Padilla se hizo familiar. Apunta José Alfredo Sabatino Pizzolante, que monseñor Padilla, jamás imaginó que su valiente gesto en momentos tan aciagos se perpetuaría en una fotografía, como tampoco pudo anticipar que su proceder le valdría la antipatía de algunos de los cabecillas de la asonada militar, tal y como sucedió con el capitán Medina Silva.
En 1960 el Obispo Adam nombró a Padilla Juez Sinodal, y precisamente es a partir de esa fecha, que recibe el título de monseñor. En 1961 lo encontramos atendiendo la Parroquia Nuestra Señora del Socorro de Patanemo.
Asimismo ejerció la función de párroco de Borburata hasta 1979, y de la Base Naval, asimilado con el grado de Capitán de Corbeta. A los 83 años de vida y 57 años como Sacerdote, residenciado en Orlando, estado de la Florida, Estados Unidos, fue llamado a la Casa del Padre Eterno en 1985.
La foto del padre Padilla -en blanco y negro-, auxiliando al Cabo Segundo Andrés de Jesús Quero, plaza del Batallón Piar fue captada en el crucero de La Alcantarilla, el día domingo del 3 de junio. Ese día y los subsiguientes, la gráfica le dio la vuelta al mundo.
Héctor Rondón falleció el 21 de junio de 1984. Nadie sabe dónde están los originales de las fotos que tomó aquel fin de semana en Puerto Cabello. Ni siquiera la de la más famosa, aquella conocida como Absolución Final.
Fuente. Efecto Cocuyo / Fotos: Cortesía