Flora Senior/
Un caso emblemático en nuestro país se dió en 1938, durante el gobierno del general Eleazar López Contreras cuando dos barcos de bandera alemana, el Caribia y El Köenigstein, partieron del puerto alemán de Hamburgo con intenciones de atracar en Trinidad y Barbados, con casi 300 judíos entre ambos barcos, todos llenos de esperanza y Fe de encontrar refugio en estas tierras, pero ninguno pudo fondear en sus destinos porque, antes de hacerlo, sus permisos fueron revocados ya que ningún país quería dificultad con Hitler.
Otras naciones sencillamente eran colaboradoras y poco importaba que los pasajeros a bordo fueran devueltos y encerrardos en campos de exterminio o fueran arrojados al mar, como era la bárbara intención del Führer. Así, algunos intentos de atracar en otros países fueron negados. Rechazados en la Guayana Inglesa, Trinidad y Tobago, Barbados, República Dominicana, Brasil y Curazao. Nadie quería a los judíos.
Pero Venezuela fue diferente, ya desde 1831, recién nacida la República, el presidente José Antonio Páez promueve el primer decreto de inmigración que facilitó la entrada de emigrantes europeos. Entonces a inicios de 1939, El Caribia arriba a costas venezolanas por La Guaira y como la autorización de atraque y desembarco no había llegado, se dirige a nuestro Puerto Cabello, aquí en Carabobo, y, luego a la cercana isla de Aruba. Los pobladores porteños que se habían enterado de esas noticias fueron sorprendidos y vieron partir al buque de nuevo.
Pero navegando hacia Aruba, el capitán recibe por fin la autorización del gobierno venezolano y regresan a costas nacionales. Fueron muchas las gestiones por salvar a esos viajeros. La comunidad
judía, personalidades y organizaciones. Pero una en especial tuvo un efecto definitivo: los ruegos de la primera dama María Teresa Núñez Tovar de López Contreras, quien asombrada por la insensibilidad de tantas naciones que negaron sus territorios a tantas familias en desgracia convenció a su esposo, el presidente de Venezuela, para que recibiera a los hijos de Israel.
En la madrugada del 3 de febrero de 1939 aquella gente, que venía escapando del odio y la repulsión, presenció un hecho realmente conmovedor y apasionante, Puerto Cabello salió de sus casas hacia El Malecón y La Planchita y con los faros de sus automóviles encendidos, guiaron al barco que pudo atracar ya que en el puerto había muy poca luz a las 8 de la noche y ayudaron a la nave a entrar a puerto. Aquellos seres famélicos, desesperanzados y tristes por tanto desprecio, se vieron recibidos por una muchedumbre en medio de aplausos y frutas frescas. Las luces de los carros y de las casas alumbraron su paso. Todos los atribulados judíos fueron recibidos y alojados en las casas de los pobladores porteños.
Veinticuatro días después, otro barco, El Köenigstein llegó a La Guaira con el resto de judios, y, tras ser aceptados, se establecieron en una Hacienda caraqueña.
Primera entrega